Autor: Italo Calvino
Reseña por Arturo Romero
¿Cuántas ciudades puede visitar un ser humano? ¿Cuál de ellas le gustará más? ¿A cuántas quisiera volver y cuáles sería preferible olvidar? ¿Cuál de todas parecerá la más misteriosa, la más atractiva o la más solitaria? ¿Habrá alguna que lleve el nombre de una mujer, un aroma en particular, una puesta de sol distinta? ¿Qué sucede con aquellas ciudades que conoce pero nunca ha visitado? En esta última, ¿Sus habitantes comprenderán nuestro lenguaje, serán fantasmas que recorren las calles y avenidas en busca de absorber las historias de los allegados, de vivir según los recuerdos de amores suspendidos?
Cada lugar propone un misterio, susurra a sus visitantes, y ellos pueden quedar maravillados o temerosos frente al monstruo que está a punto de devorarlos. Las ciudades invisibles de Italo Calvino propone un recorrido por sitios maravillosos, donde la memoria, el lenguaje y lo extraño se hace presente. A través de pequeñas anécdotas, Marco Polo le habla al emperador de los tártaros, Kublai Khan, acerca de múltiples sitios que lo han dejado encantado, como aquella ciudad a la que sólo es posible llegar, pero nunca salir, la que se encierra en una esfera y cuando se le compara con la real es muy distinta, u otra en donde las calles cambian cada día y sus habitantes no temen perderse.
“Si quereís creerme, bien. Ahora diré cómo es Octavia, ciudad telaraña. Hay un precipicio entre dos montañas abruptas: la ciudad está en el vació, atada a las dos crestas por cuerdas y cadenas y pasarelas. Uno camina por los travesaños de madera, cuidando de no poner el pie en los intervalos, o se aferra a las mallas de una red de cáñamo. Abajo no hay nada en cientos y cientos de metros: pasa alguna nube, se entrevé más abajo el fondo del despeñadero”.
Calvino, a través de Marco Polo, construyó ciudades imaginarias, ciudades que sólo podían alcanzar su cúspide, o su verdadero origen, cuando los visitantes habían caminado por todos sus espacios, cuando se volvieron locos entrando a lugares donde los ancestros habían dejado pistas de otra civilización, donde toda lógica es impensable. La esperanza de encontrar TU ciudad habita en sus páginas o en los límites de la memoria, por ejemplo, en lo personal siempre he imaginado a un hombre que llega a una pequeña comunidad, llena el formulario del hotel, se hospeda y al día siguiente su nombre es otro, su memoria le dice que en otra ciudad, lejos de la que partió, lo esperan una esposa e hijos quienes le preguntarán: ¿Qué nuevas historias tiene por contarle?
Así, bajo nuestra piel habitan páramos, bosques, desiertos y selvas, un cúmulo de delirios y de sentimientos; en ese interior también fluyen ríos y mares, vientos. Aunque no se trata de una sola persona y nada más; en cada cuerpo han florecido regiones semejantes, y de la misma forma existe dentro de cada quien una ciudad con avenidas, con edificios tan largos como la memoria los ha ido construyendo. Probablemente haya una capital, una catedral o varias iglesias, quizás un conjunto de edificios importantes, de pequeñas casas, de calles que desembocan en sitios donde sólo hay un punto de ida, pero no de retorno, calles por donde han transitado habitantes de otros espacios y otros tiempos. Más allá, aún más profundo, vemos ríos que desembocan en un gran océano, el corazón.
Juan Arturo Romero Meneses
(Puebla, 1986)
Bibliotecario, apasionado de la literatura y los viajes. En algún momento espera poner en orden sus libros y no leerlos al azar.
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